Según un estudio de la Universidad de Yale, la psicóloga Oriana Aragón asegura que llorar de alegría es un proceso que intenta “restaurar el equilibrio emocional ante sensaciones intensamente positivas”. Y yo me pregunto: ¿A cuántos niños habéis visto llorar de alegría? Yo les imagino, en todo caso, pegando voces y dando saltos, como el muchacho del anuncio que gritaba “un palo” en las navidades de no sé qué año, que todos recordamos y que pocos sabemos a ciencia cierta lo que publicitaba. Según este estudio americano, elegimos llorar para controlar las emociones fuertes pero yo sigo con mis dudas: ¿Acaso los niños son incapaces de recuperar la tranquilidad después de un momento de intensa alegría? Y puesto que de niños no lo hacemos, ¿quiere esto decir que nuestra lógica de adulto elige aprender a llorar para recuperar el equilibrio? Si de algo me he dado cuenta es que cuando algo suena raro, en realidad esconde en muchos casos un engaño. Me explico en este caso.
Biológicamente, las lágrimas favorecen la disminución del dolor, son una señal inequívoca de que pedimos ayuda y generan una sensación de bienestar gracias a la liberación de endorfinas. Por lo tanto, si lloramos, de algún modo, detrás de esa alegría siempre existirá una tonalidad de dolor.
Existen multitud de ejemplos en los que usamos esta expresión. Así, puede que estés celebrando algo y llores de alegría porque de fondo sientes pena porque un familiar, que murió, no está contigo.
Quizás hayas conseguido un reto y estés mirando hacia atrás observando el sacrificio tan grande que te ha supuesto, rememorando momentos tristes del proceso, o valorando con decepción que no ha compensando tanto esfuerzo.
Puede que nazca un hijo y dentro de ti sientas miedo porque quizás no seas capaz de ser una buena madre.
Es posible que sientas estrés, generando altos niveles de adrenalina y noradrenalina, por no sentirte merecedor de lo bueno que te está pasando – ante un bajo nivel de autoestima – , incluso con la tonalidad de incredulidad de que te esté pasando a ti. Puede que incluso sientas miedo a que tanta alegría desaparezca de pronto y estás anticipando la tristeza que te produciría perderlo. Las lágrimas te ayudan a reducir esa tensión.
Es probable que te alegres al reencontrarte con alguien que deseabas ver, pero llores ante la frustración o la angustia de que no haya podido ser antes, o por sentirte culpable de ciertos comportamientos en esa relación.
Incluso puedes llorar de alegría por algo que le esté pasando a otra persona porque de fondo te da pena de que no te esté pasando también a ti.
Sea como fuere, la próxima vez que llores de alegría, profundiza en la causa de tu tristeza. Sea porque miras al pasado o al futuro, siempre existirá una tonalidad negativa en tu estado emocional. Razona la dicotomía de sentimientos de tu corazón, toma conciencia y sánalo.
Deja una respuesta